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Catalan » Spanish - 5 entries


L'exprés de França: Tres històries de París, Agustí Calvet "Gaziel", Grup Editorial 62, S.L.U., Editorial Empúries, Barcelona, 2002 330 words
Fou talment un ram de follia. Érem a la plaça de la Universitat, quatre companys, avorrits dels estudis, quinze o vint dies abans dels odiosos exàmens de juny. Feia un matí de glòria, amb el cel blau, sense un núvol. I la claror lluent del sol assenyalava que els dies incerts de la primavera mediterrània s’havien acabat, i la serralada veïna, a les envistes del Corpus, ja devia estar clapejada per la primera ginesta. Els quatre tristos companys, però, arrecerats a l’ombra del quiosc, sota les palmeres, fent temps entre classe i classe, restàvem mústecs i capcots. Una secreta angúnia ens rosegava dia i nit, com un cranc, i el termini inexorable dels estudis oficials no ens deixava fruir d'aquell lluminós i enorme trasbals de la naturalesa, que bategava en l'aire, embellia encara més les modistetes volanderes i feia cantar els ocells i badar-se les flors. Només de pensar que havia de tornar a comparèixer, com un condemnat a mort, davant el sinistre doctor Estanyol, catedràtic de Dret Canònic, a mi l'ànima em queia als peus –i el mos de pa amb botifarra, que anava menjant, se m'ennuegava.
De sobte, un diable (o un àngel, aneu a saber!) passà per l'aire de la plaça, damunt els nostres caps abatuts, i a mi em tocà amb la punta de l'ala. Perquè, sense com va ni quant costa, vaig dir aquestes tres paraules:
–I si fugíssim?
Jo mateix em quedava espantat. Però els meus companys, redreçant-se ensems, exclamaren a l'una:
–Va!
–Fem-ho!...
–Vinga!...
I, tot seguit, se'ns presentà una greu incògnita. Els tres mateixos demanaren:
–Però...
–On...
El geni misteriós que m’inspirava degué fregar-me altre cop, perquè jo, resoltament, responia:
–A París!
Mai un nom sol no ha tingut tant de prestigi. Només de sentir-lo, als meus companys se’ls encenia una flameta als ulls. I tots quatre, alçant l’esguard al cel, per entre les blanes palmeres, somrèiem devers una llunyania de somni, l’apoteosi del món on havíem nascut. París: ¿seria possible d’anar-hi?

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Entry #1 - Points: 38 - WINNER!
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Fue como un ataque de locura. Estábamos en la plaza de la Universidad, cuatro compañeros, aburridos de los estudios, quince o veinte días antes de los odiosos exámenes de junio. Hacía una mañana gloriosa, con un cielo azul, sin una nube. Y la claridad resplandeciente del sol indicaba que los días inciertos de la primavera mediterránea se habían acabado, y la cordillera vecina, a las puertas del Corpus, ya debía estar moteada con la primera retama. Pero los cuatro compañeros, cobijados en la sombra del quiosco, bajo las palmeras, haciendo tiempo entre clase y clase, seguíamos mustios y cabizbajos. Una secreta angustia nos roía día y noche, como un cáncer, y el plazo inexorable de los estudios oficiales no nos dejaba disfrutar de aquel luminoso y enorme alboroto de la naturaleza, que latía en el aire, embellecía aún más a las modistillas que revoloteaban aquí y allá y hacía que los pájaros cantaran y las flores se abrieran. Solo con pensar que tenía que volver a comparecer, como un condenado a muerte, ante el siniestro doctor Estanyol, catedrático de Derecho Canónico, es que se me caía el alma a los pies, y se me atragantaba el trozo de pan con butifarra que estaba comiendo.
De repente, un demonio (o un ángel, ¡quién sabe!) pasó volando por la plaza, sobre nuestras cabezas abatidas, y a mí me tocó con la punta del ala. Porque, a bote pronto, dije estas tres palabras:
– ¿Y si huyéramos?
Yo mismo me asusté. Pero mis compañeros, recomponiéndose a la vez, exclamaron todos a una:
– ¡Sí!
– ¡Hagámoslo!
– ¡Vamos!...
Y, justo después, se nos presentó una seria incógnita. Los mismos tres preguntaron:
– Pero...
– Adónde...
El genio misterioso que me inspiraba debió de rozarme de nuevo, porque, resuelto, respondí:
– ¡A París!
Nunca una sola palabra ha tenido tanto prestigio. Con tan solo oírla, a mis compañeros se les encendió una llamita en los ojos. Y los cuatro, elevando la mirada al cielo, entre las dóciles palmeras, sonreímos hacia un sueño lejano, la apoteosis del mundo donde habíamos nacido. París: ¿sería posible ir?



Entry #2 - Points: 21
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Fue un arrebato de locura sin más ni más. Estábamos en la plaza de la universidad, cuatro compañeros, aburridos de estudiar, quince o veinte días antes de los odiados exámenes de junio. La mañana era gloriosa, el cielo azul, sin una nube. Y la luz radiante del sol anunciaba que los días inciertos de la primavera mediterránea habían terminado, y la sierra vecina, con el Corpus a la vuelta de la esquina, debía de estar ya manchada por la primera retama de olor. Los cuatro tristes compañeros, sin embargo, guarecidos a la sombra del quiosco, bajo las palmeras, matando el tiempo entre clase y clase, permanecíamos mustios y cabizbajos. Una angustia secreta nos roía día y noche, como un cangrejo, y el fin inexorable de los estudios oficiales no nos permitía disfrutar del luminoso y enorme tráfago de la naturaleza, que batía en el aire, embellecía aún más a las modistillas volanderas y hacía que los pájaros cantaran y que se abrieran las flores. Sólo pensar que debía comparecer otra vez, como un condenado a muerte, ante el siniestro doctor Estanyol, catedrático de Derecho Canónico, a mí se me caía el alma a los pies – y el bocado de pan con morcilla que iba comiendo se me atragantaba.
De repente, un demonio (¡o un ángel, vaya usted a saber!) cruzó el aire de la plaza por encima de nuestras cabezas abatidas, y a mí me rozó con la punta del ala. Porque, sin comerlo ni beberlo, pronuncié estas tres palabras:
-¿Y si nos escapamos?
Yo mismo me sentí asustado. Pero mis compañeros, levantándose a la vez, exclamaron a una:
-¡Va!
-¡Hagámoslo!…
-¡Venga!…
Y, al instante, se presentó una grave incógnita. Los mismos tres preguntaron:
-Pero…
-Dónde…
El genio misterioso que me inspiraba debió de rozarme de nuevo, porque yo, desenvuelto, respondí:
-¡A París!
Nunca un nombre solo ha tenido tanto prestigio. Sólo con escucharlo, a mis compañeros se les encendió una llama en las pupilas. Y los cuatro, alzando la vista al cielo, por entre las flexibles palmeras, sonreímos a una lejanía de ensueño, la apoteosis del mundo en el que habíamos nacido. París: ¿sería posible ir allí?



Quizás no fue más que un arrebato de locura. Estábamos en la plaza de la universidad, cuatro compañeros, hartos de los estudios, quince o veinte días antes de que empezaran los odiosos exámenes de junio. Hacía una mañana de gloria, con el cielo azul, sin una sola nube. Y la claridad brillante del sol indicaba que los días inciertos de la primavera mediterránea habían llegado a su fin, y que la cordillera vecina, estando tan cerca de Corpus, debía estar ya moteada con la primera genista. Los cuatro tristes compañeros, sin embargo, resguardados a la sombra del quiosco, bajo las palmeras, haciendo tiempo entre clase y clase, seguíamos mustios y cabizbajos. Una angustia secreta nos corroía día y noche, como un cangrejo, y el fin inexorable de los estudios oficiales no nos permitía disfrutar de aquel luminoso y enorme trasiego de la naturaleza, que palpitaba en el aire, embellecía todavía más las modistitas volanderas y hacía cantar a los pájaros y abrirse las flores. Sólo con pensar que debía comparecer de nuevo, como un condenado a muerte, ante el siniestro doctor Estanyol, catedrático de Derecho Canónico, se me caía el alma al suelo, y se me atragantaba el mordisco de pan con morcilla que me estaba comiendo.

De repente, un diablo (o un ángel, vete a saber) atravesó el aire de la plaza, sobre nuestras cabezas abatidas, y a mí me rozó con la punta del ala. Por qué, sin pensarlo, dije aquellas tres palabras:
-¿Y si huimos?
Yo mismo me quedé espantado. Pero mis compañeros, recuperando la compostura, exclamaron a coro:
-¡Vamos!
-¡Hagámoslo!
-¡Venga!…
Y, a continuación se nos presentó una gran incógnita. Ellos tres mismos preguntaron:
-Pero…
-Dónde…
El genio misterioso que me inspiraba debió rozarme de nuevo, porque yo, resueltamente, respondí:
-¡A París!
Nunca un solo nombre había logrado tener tanto prestigio. Con tan sólo oírlo, a mis compañeros se les encendió una llama en los ojos. Y los cuatro, levantando la mirada al cielo, por entre las apacibles palmeras, sonreímos hacia una lejanía de ensueño, la apoteosis del mundo en el que habíamos nacido. París: ¿sería posible ir allí?



Entry #4 - Points: 8
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Realmente fué un ramillete de locura. Estábamos en la plaza de la Universidad, cuatro compañeros, aburridos de los estudios y a quince o veinte días de los odiosos examenes de junio. Hacía una mañana de gloria, con el cielo azul, sin siquiera una nube. Y la resplandeciente claridad del sol señalaba que los inciertos dias de la primavera mediterránea se habían acabado y en la sierra vecina, con el Corpus al caer, ya debía estar moteadas por la primera ginesta. Pero los cuatro tristes compañeros cobijados a la sombra del quiosco, debajo de las palmeras, dejando pasar el tiempo entre clase y clase, nos quedábamos mústios y cabizbajos. Una angustia secreta nos roía día y noche, como un cangrejo, y el plazo inexorable de los estudios oficiales no nos dejaba disfrutar de aquel luminoso y enorme trasvase de la naturaleza que latía en el aire, embellecía aún más a las modistillas volanderas y hacía cantar a los pájaros y quedarse embelesado en las flores. Sólo de pensar que tenía que volver a comparecer, como un condenado a muerte, ante el doctor Estanyol, catedrático de Derecho Canónico, se me caía el alma a los pies -y el bocado de pan con butifarra, que iba comiento, se me atragantaba.

De repente, un diablo (o un ángel, ¡vaya usted a saber!) pasó por el aire de la plaza, por encima de nuestras cabezas gachas y a mi me tocó con la punta del ala. ¿Porqué, sin ton ni son dije estas tres palabras:
- Y si huyéramos?
Yo mismo me espanté. Pero mis compañeros contestando al unísono, exclamaron:
- ¡Venga!
- ¡Hagámoslo!
- ¡Vale!
Y, de repente, se nos presentó una grave incógnita. Los tres mismos preguntaron:
- Pero...
- dónde...
El genio misterioso que me inspiraba debió reprocharme otra vez, porque resueltamente repuse:
- ¡A París!
Nunca un sólo nombre ha tenido tanto prestigio. Solamente con oirlo, a mis compañeros se les encendía una llamita en los ojos. Y los cuatro, elevando la mirada al cielo, a través de las blancas palmeras, sonreíamos hacia una lejanía de sueño, la apoteosis del mundo donde habíamos nacido. Paris: ¿Sería posible ir?



Entry #5 - Points: 8
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Fue precisamente un arranque de locura. Estábamos en la plaza de la Universidad, cuatro camaradas aburridos de los estudios, quince o veinte días antes de los odiosos exámenes de junio. Era una mañana gloriosa, con un cielo azul, sin una sola nube. La luz brillante del sol indicaba que los días inciertos de la primavera mediterránea se habían acabado, y la cordillera vecina, ahora que se acercaban las fiestas del Corpus, ya estaría salpicada por las primeras retamas. Sin embargo, los cuatro camaradas tristes, que se cobijaban bajo la caseta a la sombra de las palmeras, permanecían mustios y taciturnos mientras hacían tiempo entre una clase y la otra. Una secreta angustia les roía el alma día y noche, como un cáncer, y el final inexorable de los estudios oficiales no los dejaba disfrutar de aquella enorme agitación plena de luz de la naturaleza que latía en el aire, embellecía aún más a las modelitos que se paseaban, y hacía que los pájaros canten y las flores se abran. Sólo con pensar que tenía que volver a comparecer, como si fuera un condenado a muerte, delante del siniestro doctor Estanyol, catedrático de Derecho Canónico, el alma se me venía al piso ―y el bocado de pan y morcilla que estaba comiendo se me atragantaba en la garganta.
De repente, un demonio (o un ángel, ¡vaya uno a saber!) pasó por la plaza volando por los aires sobre nuestras figuras cabizbajas y me tocó con la punta del ala, y como de la nada pronuncié estas tres palabras:
―¿Y si escapáramos?
Yo mismo quedé espantado. Pero mis camaradas, levantándose todos al mismo tiempo, exclamaron al unísono:
―¡Vamos!
―¡Hagámoslo!...
―¡Dale!
―Y, acto seguido, se nos presentó una terrible incógnita. Los mismos tres preguntaron:
―¿Pero…?
―¿Adónde…?
El genio misterioso que me inspiraba debió rozarme otra vez, ya que yo respondía decididamente:
―¡A París!
No había otro lugar que tuviera tanto prestigio. A mis camaradas se les encendió una chispa en los ojos sólo con escuchar su nombre. Y los cuatro juntos, alzando la mirada al cielo a través de las apacibles palmeras, sonreíamos ante un sueño lejano, la apoteosis del mundo en que habíamos nacido. París: ¿de verdad podríamos ir?



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